El Rincón de Kelisidian
sábado, 20 de junho de 2020
segunda-feira, 16 de janeiro de 2012
Buscando al cadete Gorn
segunda-feira, 18 de outubro de 2010
Recuerdos Leonciopradinos
sexta-feira, 2 de abril de 2010
El Colegio Militar que conocí...
Transcurría el año de 1977, era el segundo gobierno militar, Francisco Morales Bermúdez nos gobernaba, yo tenía por esa época nueve años. Ese verano, mi padre llegó con un ejemplar de la revistas del Concurso de Admisión del Colegio Militar “Leoncio Prado”, se lo dio a mi hermano Carlos, más conocido en casa como “Toño”, mis hermanos y yo después le dimos una ojeada al ejemplar. En la portada de la revista estaba la foto del frontis del Colegio Militar, las fotos eran en blanco y negro, el contenido brindaba todas las bondades que la institución daría al futuro cadete, la formación académica y militar. La descripción de las instalaciones con sus respectivas fotos y los uniformes que el cadete leonciopradino vestiría durante su permanencia, durante los tres años respetivos. Mi hermano Carlos, durante El verano del 77 se dedicó a estudiar y a prepararse físicamente. Ya para comienzos de abril, haría su ingreso al Colegio Militar. La primera visita fue aquella mañana que mis padres y hermanos lo despedimos desde las rejas que separan la guardia de la Av. Costanera. Después, fue durante las visitas respectivas que tenían derecho los nuevos cadetes, pude entrar y recorrer y familiarizarme con las instalaciones del CMLP.
La estatua del patrono del Colegio, Coronel Leoncio Prado Gutiérrez, el pabellón Central, las cuadras de cadetes, la enfermería, los casinos, el comedor principal, el Patio de Armas, la pista de combate, el estadio.
Al año siguiente se repitió la rutina con mi hermano Víctor, conocido en casa como “Coqui” y seguí visitando el colegio, aparte de las conversaciones que escuchaba de mis dos hermanos, que siendo cadetes leonciopradinos hablaban con términos que no me eran familiares, “La diana”, “Los malacates”, “la hora del rancho”, “imaginaria”, “los casinos”, “estar a esta”, “cabreado”, “tirar contra”...
El tiempo pasó e hice mi ingreso al colegio militar en 1982; ya vistiendo el uniforme verde olivo haría parte de la trigésima octava promoción, curse los tres años egresando el año de 1984. Durante los tres años recorrí de punta a punta las instalaciones de la vieja Guardia Chalaça, transformada en el imponente Colegio Militar. Durante ese tiempo trascurrió mi vida de cadete entre las cuadras, que serían nuestras habitaciones, el patio de Armas en donde se formaba el batallón para pasar lista dos veces al día, el comedor de cadetes, las pabellones de aulas, el auditorio, que cada miércoles podíamos disfrutar de alguna película, el estadio de tantas competiciones deportivas, la enfermería en la cual visitaba a mis amigos convalecientes de alguna enfermedad, los casinos que visitábamos en la famosa hora de cadete, el casino de La “curvilínea” de Erika, el casino que quedaba cerca de las canchas de tenis, la pista de combate ubicada frente del pabellón Duilio Poggi, la canchita de pasto, más conocida como “La Perlita”, que está nombrada en la novela “La Ciudad y los Perros” de Mario Vargas Llosa, la Siberia, el coliseo cerrado, donde disfrutábamos los juegos de básquet de la selección del colegio, la chanchería, Los malacates, que estaban ubicadon al lado izquierdo del Pabellón Miguel Grau en donde estaba el tercer año. Allí existían los sanitarios sin puerta y que era colindante con las duchas, duchas que en sí eran tubos ubicados en el techo en tres hileras, que recorrían todo el espacio y que tenían agujeros por donde brotaba el agua salada. También fue el lugar de encuentro para marcar alguna pelea entre promociones. Para tomar baño teníamos que trasladarnos hacia ese lugar, ya sea en época de frío o calor con la toalla a la cintura y con la jabonera en la mano.
Tiempo después regresé al colegio militar, ya como ex-cadete, para reencontrarme con los amigos que formaron parte de la Trigésima Octava promoción, desfilar de nuevo, entonando el himno de la promoción y pasar por el estrado oficial... era una descripción inolvidable que solo los cadetes leonciopradinos sabemos de eso. Las fotos respectivas, las tres hurras por la promoción, los abrazos interminables con promocionales que no veíamos años y el recorrido por el colegio para recordar nuestro paso por nuestro querido CMLP.
La sorpresa fue grande, los lugares que había una vez conocido ya no existían más o estaban clausurados. La Imprenta, el salón de juegos y el casino “misio” que estaban próximos a “la canchita de La Perlita” habían dejado de funcionar. Se cambió la entrada de la enfermería. El casino que estaba ubicado en la Siberia también fue adecuado como dormitorio para albergar a los PMs (policia militar). El pabellón de la Siberia, declarado en desuso y clausurado, fue llamado así porque en ese lugar la brisa del mar golpea con más fuerza y los vientos soplan constantemente haciendo un lugar muy frío, ya sea de día o de noche. La Siberia fue el pabellón de aulas en mi época que estudié el Quinto Año. Se utilizaba solo el primer piso, era un laberinto de salones con puertas muy angostas. Estaba terminante prohibido subir por las escaleras y acceder a los pisos superiores. Quien habitaba algún cuarto en ese lugar era el Suboficial Reyme. Alguna vez quebramos la prohibición y pudimos ver de cerca y recorrer cada pedazo del famoso pabellón. Se podía observar que estaba sin mantenimiento, catres oxidados, paredes despintadas y que en algunas se podían leer parte de himnos de las diferentes armas del ejército peruano, alguna maquetas militares, en fin, un lugar que estaba en desuso sin saber el por qué. Años después se prohíbe el uso como pabellón de aulas y es clausurado definitivamente. El pabellón de Quinto Año fue ubicado en donde estaba la canchita de la Perlita, haciendo que ésta desapareciera definitivamente. Así también me dí con la sorpresa que “los malacates” dejaron de funcionar, han colocado una puerta con las cerraduras selladas, del mismo modo la pista de combate ha sido reducida para colocar una cancha para jugar fulbito y básquet.
No vamos a esperar que los lugares que conocimos algunas vez desaparezcan del paisaje leonciopradino, tenemos que hacer algo para que ello no suceda, no quiero que en alguna visita me encuentre con un letrero que diga “clausurado” o prohibido el ingreso al Colegio Militar ”Leoncio Prado” definitivamente…
sexta-feira, 23 de outubro de 2009
Ahora quién es papayita...?
Siempre éramos “el patito feo” de nuestra categoría, la participación de la XXXVIII promoción en las olimpiadas de ex alumnos tenía una concurrencia muy esporádica. Tal vez la culpa de todo ello, fue porque en aquel lejano año del 2003, pocos promocionales concurrían a las actividades deportivas, un pequeño grupo que se solía ver en los reencuentros. Nos daba un poco de envidia cómo las otras promociones se vanagloriaban de sus triunfos y sus atletas con orgullo lucían sus medallas obtenidas. A pesar de ser las comparsas en el cuadro de honor de las premiaciones, nuestra promoción se hacía presente y la relación con las demás promociones de la categoría se hacía más familiar. La clave en todo ello sería tener un portavoz o un delegado de deportes, quien podría estar informando de las actividades y de las fechas de las competencias. La reunión de delegados de deportes, en aquella época se hacía en las instalaciones del Círculo Militar, al mando del ex cadete leonciopradino Manuel Péndola. La reunión se empezaba pasado el mediodía. Los delegados de deportes de cada categoría se ponían de acuerdo con las programaciones, con sorteos o la forma como se estructuraba la forma de competencia.
Me daba un tiempo para asistir a dichas reuniones, y comencé a cultivar algunas amistades con ex cadetes de diferentes promociones, cada reunión podría tener algunas divergencias, se podría entender que cada delegado deseaba lo mejor para su promoción, pero que finalmente terminada con mucha camaradería. Cada semana iba religiosamente a la reunión de delegados y esa fecha se dedicaba a la recta final de las olimpiadas con la disciplina de fulbito. Había que esperar nuestro turno, en esa época, éramos la última categoría, estábamos solo dos delegados, el de la 39 y yo. Nos sometimos al sorteo, saqué el papelito y salimos sorteados para comenzar el partido clasificatorio. Lo recuerdo como si fuera ayer, la frase que dijo: “Uy la 38 es papayita”, solo me quedó sonreír y decirle que los bravos se ven en la cancha… Me encargué de enviar correos electrónicos y confirmar por teléfono la asistencia de los “peloteros” de la promoción.
Me levanté temprano y alisté mis cosas, las coloqué en el maletín, tomé prestado los guantes de arquero de mi hermano, los llevaba si es que faltaba el arquero, todo ello era una premonición…Ese día como toda competencia leonciopradina, el colegio militar reunía a todas las promociones por categorías, con sus respectivas barras y la compañía de sus familiares, la fiesta estaba por comenzar, cada uno iba llegando y saludaba a los demás, la mañana transcurría y esperábamos la llegada de los demás muchachos. Nos juntamos en las gradas para espectar los partidos de las otras categorías. Logramos confirmar los 6 jugadores más tres suplentes. Salimos a la cancha debidamente uniformados, con nuestra camiseta roja y negra horizontal inspirada en un equipo brasileño El partido ya estaba por comenzar, la barra de la 38 nos alentaba a pesar que solo eran 5 personas más los suplentes. Comenzamos con el siguiente equipo: Arturo Vargas en el arco (para luego ceder su puesto en el segundo tiempo), yo y Javier “Canguro” Morales en la defensa, John Prado, en el mediocampo y como delanteros Alberto Mendiola y Gustavo “Guto” Paredes. Nuestro contrincante, la 39, tenía una barra muy numerosa. El partido empezó con un baldazo de agua fría, en menos de 5 minutos ya estábamos perdiendo por 2-0, y otra descoordinación entre la defensa y el arquero, la 39 nos anota otro gol. Muchos pensaban que otra vez seríamos vapuleados y eliminados, el marcador no se movió y finalizó el primer tiempo 3-0. Nos reunimos en el entretiempo, y decidimos hacer cambios en el equipo, había que remontar el marcador en contra, solo teníamos 15 minutos para hacerlo. Pedí al arquero para que me ceda el puesto y aceptó, tenía los guantes que por la mañana los había colocado en mi maletín, movimos una pieza en la defensa, hizo su ingreso “Quique” Samanamud y salimos el segundo tiempo para afrontar el juego. La 39 confiada por la ventaja comenzó a jugar a voluntad pensando que nosotros ya habíamos desistido del partido y cual sería la sorpresa que en pocos minutos anotamos nuestro primer gol y enseguida el segundo. Yo me batía como una fiera en el arco, sacando bolas increíbles y tapando cualquier ataque, la defensa comenzó a responder a la altura, los delanteros corrían más que el primer tiempo, hubo algunos cambios, para poder refrescar el equipo, hacían su ingreso “Beto” Sánchez, José "panadero" Ramos Huacho, Gino Alvez Milho, quien ingresaba daba una inyección de ánimo, que se traslucía en sus miradas, que sí podíamos ganar el partido, la adrenalina estaba en su máxima expresión, cada jugada se hacía con garra, todos marcábamos, nadie daba una pelota por perdida, el arco para la 39 se había cerrado, tanta era la emoción que la pequeña barra de la 38 conformada por “El abuelo” Williams, Virgilio Chávez, José “Pepe” Alva., Miguel Sandoval, Luiggi Eléspuru desde la tribuna, gritaban a todo pulmón... gritaban más que la adversaria. Hubo una discusión por un saque lateral pero no pasó de un pequeño altercado. Antes de finalizar el partido empatábamos el partido. El marcador acabó con un empate de 3-3. El árbitro llamó a los capitanes y se decidió que habría un tiempo suplementario corrido con gol de “oro”, el partido acababa cuando cualquier equipo anotaba un gol.
Sonó el silbato y de nuevo estábamos en la cancha, el ganador pasaría a disputar la final de la categoría, el juego siguió su marcha con el pundonor de cada equipo, ningún jugador daba su brazo a torcer, las barras eran un espectáculo aparte. La jugada comienza en nuestra área, Javier “Canguro” Morales le da un pase magistral a “Guto” Paredes y define con un tremendo zapatazo, decretando la finalización del partido. Habíamos remontado el marcador y ganábamos con gol de “oro” 4-3. Era nuestra victoria y clasificación a la final. Todos corrimos a felicitar al autor del gol formando una pirámide humana, la alegría era indescriptible. Después estaba gritando como un loco “ahora quién es papayita…” lo gritaba golpeándome el pecho a toda la barra de la 39, la persona que había dicho la frase solo le quedó hacer un gesto de disgusto y aceptar la derrota. Clasificamos por mérito propio y con mucha vergüenza deportiva, remontando un marcador adverso. Este partido quedará grabado en las retinas de todos quienes participaron en aquella tarde deportiva. Por primera vez íbamos a disputar nuestra medalla de oro, pero eso es otra historia…
domingo, 19 de julho de 2009
EL SUEÑO DE JUANITA
quarta-feira, 10 de dezembro de 2008
Recuerdos de niñez
Vivíamos entre las calles Francisco de Zela y Garcilazo de la Vega. A pocas cuadras estaba el Parque Ramón Castilla, al cual acudíamos en grupo conformado por los primos que vivían en el mismo barrio, “Toño” y “Coqui”, mis dos hermanos, mis primos Rodolfo ”perita”, Jorge Luis, y otros chicos de nuestra edad que vivían en la misma cuadra, mi hermano “Toño” decía que éramos la “pandilla crí-crí-crí”. En el parque podíamos sentirnos dueños de la situación, jugábamos sin medir el tiempo, sin ninguna preocupación, comíamos todo lo que los vendedores ofrecían: canchita, barquillos, algodón, manzana acaramelada, marcianos de fruta, eran tiempos que podíamos disfrutar sin peligro. También hacíamos recorridos jalando nuestros carritos de juguete por las diferentes calles de Lince, podíamos alejarnos de casa sin medir las consecuencias, una vez llegamos hasta el parque “Matamula” lo que hoy se conoce como el parque de los Próceres. Los primeros días de escuela las pasé en un pequeño colegio llamado “San Pablo”, lugar en donde recuerdo que me sentaba en unas bancas a cantar y a pintar. Mis hermanos iban al colegio “Santa María Cleofé” que estaba en la calle León Velarde.
El pequeño departamento en que vivíamos mi padre se lo alquilaba a mi abuelo Gregorio, en el segundo piso vivía el hermano de mi padre, Cástulo y que era conocido como “Atocha”, él también era inquilino de mi abuelo, allí moraba con sus hijos “Pacho”, “Goya”, “Chabuca”, Jorge Luis y su entenado Carlos. Mi tío ya había enviudado de mi tía Yolanda. En mi memoria permanecen los pocos recuerdos que tenga de ella, cada vez que bajaba por las escaleras a jugar pasaba por la puerta del departamento en que vivían y la veía sentada en su silla trabajando en su máquina de coser, mi tío Cástulo no se volvió a casar, supo criar a sus hijos, la mejor herencia que les dejó fue una buena educación, todos ellos ahora son profesionales.
Las calles angostas del distrito es una característica que hasta el día de hoy perdura. Por aquella época se podía encontrar dentro de ese paisaje “linceño” numerosos negocios, la tienda que llamábamos de “La Pascuala”, la tienda del chino “Nico”, el restaurant “corazón contento”, la paradita de la esquina, la botica “Oriente”, “El Café Enriques”, La pollería “El Dragón”, el cine “Ollanta”, la tienda de electrodoméstico Philco, la agencia del Jockey Club del Perú.
Cuando mi padre adquiere su primer automóvil nos sentimos mis hermanos y yo los niños más felices, podíamos disfrutar de los paseos, el auto fue conocido como el carrito “verde”, de marca Datsun, de faros redondos y de una carrocería fuerte. El carro llegó para quedarse por mucho tiempo dentro de nuestra familia. Todos los fines de semana íbamos a la casa de los abuelos, casa que está ubicada en el barrio de Mirones Bajo. Llegar a la casa de mis abuelitos para nosotros era una fiesta, a parte de visitarlos y sentir su cariño, la casa se transformaba en un jardín de infancia. Disfrutábamos de jugar en su casa, porque allí podíamos intercambiar nuestros juegos infantiles con los quehaceres que se debían tener con los animales, la casa tenía esa magia que cualquier niño podía quedar encantado. Mis abuelos criaban a sus animales en el fondo de la casa. Poseían una especie de corral. Había animales de diversos tipos, aquellos animales hacían parte muchas veces del menú diario de la casa. Era una especie de “minizoológico” la pata que graznaba seguida de sus patitos, el gallo que cantaba aleteando sus alas, la gallina cacareando con sus pollitos, los conejos que saltaban de un lado al otro, y el famoso “palomar” que estaba compuesto por una infinidad de palomas de diferentes tamaños y colores de plumaje que se acurrucaban en los diferentes nidos que se habían fabricado para ese fin. A parte de la infinidad de gatos que merodeaban por el techo de la casa y de algunos perros que habitaban en la casa por aquellos años. Mis padres llamaban cariñosamente a mis abuelos como Doña "Fesha”, ella se llamaba Felicita y a mi abuelo de Don "Goyo”, él se llamaba Gregorio. Los viejitos enseñaban a sus nietos el cuidado y el cariño que se debía tener con los animales. Ellos se levantaban muy temprano para darles de comer, a cada animal se le tenía que preparar su alimento.
La hora del almuerzo era un festival, sentarse a la mesa con los abuelos y departir sus comidas pienso que son las mejores cosas que un niño puede disfrutar. Pero antes de cada almuerzo, mi abuelo nos colocaba en fila india para beber una copita con la sangre del pichón de paloma recién sacrificada y lo mezclaba con vino, nos decía: -“para que tengan la sangre fuerte y se libren de las enfermedades”-, los pichones iban a ser el almuerzo del día. Doña “Fesha” los acompañaba con tallarines rojos, y su infaltable sopa de verduras. Mi abuela gustaba de cocinar y de atender con el mejor placer a sus invitados. Todos éramos felices, disfrutábamos los fines de semana con camaradería. La casa se llenaba de gente los días de celebración por el día de la madre o del día del padre, de igual forma las fiestas de navidad eran infaltables en la casa de Doña “Fesha”, mi abuelita se esmeraba en organizar y en decorar la casa, con sus caras de Papa Noel de plástico, las guirnaldas, las luces de colores, el árbol de navidad, y lo más lindo que recuerdo con cariño y nostalgia era el pesebre que representaba el nacimiento del niño Jesús, siempre estaba ubicado en una esquina de la sala de la casa. Con el papel pintado formando cerros multicolores, y la cantidad de muñequitos que acompañaban daban el espectáculo, parecía una pintura medieval, tenía cada detalle que parecía una obra perfecta. Mi abuelo era el encargado de darle el último adiós al pavo de la cena de nochebuena, lo preparaba antes, él decía que para que la carne del pavo no quedara dura había que emborracharlo previamente, en efecto, amarraba al pavo en un lugar del corral para darle de beber. Solo quedaban él y el pavo, parecían dos amigos que se estaban despidiendo, nos hacía retirar del lugar para no ver el triste final de aquel plumífero. En todas las fiestas de navidad siempre escuchábamos los villancicos, canciones con mensajes de paz y amor, la mesa se llenaba del pavo recién horneado, el panetón, el champagne, las tazas con chocolate caliente. Antes de las doce, por orden de mi abuelita todos nos reuníamos alrededor del pesebre armado a rezar un pasaje de la Biblia y esperábamos las doce para ver al niño nacer. Luego se hacía el reparto de los regalos, y la celebración de la navidad, el sentimiento que se respiraba en el ambiente era de total felicidad.