sábado, 20 de junho de 2020


Pa' Bravo yo !!!
Estábamos en 4to. año, ya éramos aspirantes, la tradición leonciopradina se completó con tres promociones con el ingreso de la 39 promoción en aquel año de 1983. La 9na. sección y casi la mayoría de la XXXVIII a mitad de año tuvo a los "matones" de la 37 como monitores, asignados en esa tarea por el acto de "insubordinación" y falta de respeto hacia sus técnicos. La 9na. sección tuvo a Antonio Vega como monitor, un moreno panameño a la que los pequeños componentes de la sección difícilmente podíamos empalarnos, los cadetes panameños por décadas han estudiado y han sido parte de la historia de cada promoción. Siempre destacando en deportes como atletismo, básquet y voley y otros deportes de las diversas selecciones del CMLP. También podían destacar en Box, por tener un potente estilo físico. El monitor Vega, con su forma de ser era respetado en su promoción. Gustaba que nuestra sección esté siempre regla y formada en el patio de Armas cada vez que pasábamos revista a la hora del desayuno, almuerzo o comida.
Para nuestra fatalidad la 9na. sección formaba al lado de la 1ra. de técnicos de la 37 en donde estaban los más "matones" y rabiosos, para no decir abusivos, había una línea blanca que dividía el límite de cada promoción. Nosotros llegábamos y formábamos esperando el parte respectivo pero la 1ra de la 37 llegaba y nos empujaban gritando con su clásica frase "perros miserables salgan de ahí..." haciendo que nuestra formación se desordene, lo que no era válido para el monitor al mando. Había un técnico apellidado Bravo Cárdenas, siempre era el que ocasionaba ese desorden, para él ya era costumbre de hacer ese tipo de maldad. Era la hora de almuerzo todo el batallón formado y el jefe de batallón pidiendo el parte. El monitor Vega comienza a contar columna por columna cuando Bravo Cárdenas empuja a los cadetes que estaban en las primeras columnas derribándolos y riéndose apoyados por los demás de su sección, cuando aparece como un león desde la parte de atrás de la formación el monitor Vega y dice : "Qué tienes huevón por qué haces eso a mí sección..." y Bravo Cárdenas todo arrogante le responde " te arañas por estos perros de mierda..." y Vega responde: "Están a mi mando y por eso exigió respeto"...ya,ya,ya, pasa huevón, réplica Bravo Cárdenas. Nosotros mirando atónitos todo lo que estaba sucediendo y la sección de técnicos también de espectadores. Vega le responde : "oye huevón de mierda, no voy a permitir que me faltes el respeto delante de todos". Y se encaran, hay un amago de pelea pero son separados por su sección. El capitán de año llama la atención de todos y se normaliza. Bravo Cárdenas no se queda callado y lo mira a Vega y dice: "No te tengo miedo" y Vega responde con una pequeña sonrisa: "Ahhh, machito eres.. ya vas a ver..."murmurando nos pone en orden y hablando "ya va a ver ese huevón, cree que por su apellido se cree matón...pa' bravo yo !!!".
Pasamos rancho como de costumbre pero con la inquietud de que terminado el almuerzo la 1ra de técnicos y demás cadetes chismosos iban en grupo hacia los malacates para presenciar la pelea entre Antonio Vega y Bravo Cárdenas.
Efectivamente, sucedió el descenlace, yo no estuve presente pero por los relatos que escuché de cadetes de otros años que presenciaron la pelea dijeron que Bravo Cárdenas comenzó a dar varios golpes que fueron asimilados por Vega, pero el panameño no se quedó atrás y le dio una clase de boxeo, repartiendo golpes dignos de un boxeador profesional a su rival que finalmente cayó al suelo con la cara magullada. Los técnicos de su sección levantaron a Bravo Cárdenas y lo llevaron a la enfermería para que le curen las heridas en el rostro, Antonio Vega acompañado de sus compatriotas panameños lo acompañaron para después ducharse y cumplir con su papel de monitor. En la formación del parte de pasar rancho de noche no vimos en la formación de técnicos a Bravo Cárdenas. Nadie mencionó nada y nos quedamos callados.
Al día siguiente en la formación para tomar el desayuno e ir a las aulas, como era la costumbre cuando estábamos formando vimos aparecer la figura de Bravo Cárdenas, con el rostro hinchado y con vendas y espadadrapo en el pómulo y en la ceja derecha, nos miraba y con media boca decía: "qué me miran carajo". El monitor Vega se asomó y con la mirada lo calló para esperar dar el parte de la sección y proceder a dejarnos pasar el rancho. En las salas de aula comentábamos matándonos de risa al ver cómo había quedado Bravo Cárdenas, sin querer Antonio Vega había actuado como nuestro vengador por todas las maldades hechas por un tipo que nos superaba en edad, peso y talla y que había recibido su justo merecido por su altanería sin igual.

segunda-feira, 16 de janeiro de 2012

Buscando al cadete Gorn

Miguel Ortiz estaba a cargo de la promoción, siempres nos reuniamos en una oficina que tenía en el segundo ovalo de la Av. Pardo. Un grupo de la promoción trataba de organizar y de ofrecer a nuestros promocionales alguna semblanza para el reencuentro de ese año. Miguel dió la idea de scanear las fotos que poseía cada uno de nosotros y grabarlo en un CD que sería vendido en el día del reencuentro a la promoción, incluyendo nuestro Anuario que fue publicado en su época pero que casi nadie lo tenía como un objeto de valioso recuerdo. El día del reencuentro se vendió como pan caliente,aparecían fotos de colección para la promoción, unas en blanco y negro y otras a color. Se logró scanear el Anuario de forma completa y tenerlo no de forma física pero si virtual. Las reuniones se hicieron costumbre y en donde se coordinaban acciones para unir a la promoción. Vicente Rodriguez, quien fue nuestro primer presidente reconocido por la Asociación y Virgilio Chavez eran dos de los promocionales que siempre acudian a las reuniones. Uno de ellos recibe una llamada de otro promocional, Pedro Terry informando que estaba en Lima la madre de nuestro compañero fallecido Gustavo Gorn Farfán. 

Virgilio nos informó que la madre de Gustavo Gorn volvía después de varios años para hacer una misa por el fallecimiento de nuestro compañero. Se coordinó todo por teléfono y la misa sería el día domingo en la capilla del Cementerio de la planicie. Gustavo había perdido la vida en el atentado al empresario Antonio Rosales Duran , dueño de la empresa Lima Caucho,él era seguridad del malogrado empresario y que fueron salvajemente asesinados por un grupo de aniquilamiento de Sendero Luminoso el 20 de julio de 1990, cerca del óvalo de Santa Anita. Pedro informó a la madre de Gustavo que compañeros de promoción íbamos estar presente para acompañarla en misas de honras brindada a su querido y único hijo. Gustavo como todo joven de su edad era risueño y amiguero, había hecho gran amistad con el Teniente de aquella época, Tte. Herrera, quien era jefe de compañia. Su madre siempre iba a visitarlo para saber de su estado dentro del colegio por aquellos años en que cursábamos estudios en el Colegio Militar "Leoncio Prado". Los promocionales más cercanos fastidiaban a Gustavo diciendo  que el Teniente Herrera "Caballón" era su segundo papá, él solo daba risada por eso, pero todos sabíamos que dicho teniente tenía alguna preferencia por él. Los años pasaron y cada quien salió del colegio buscando su destino, ya sea trabajando, estudiando y cada año nos reuniamos en los reencuentros. 

Coordiné con Miguel y Vicente, ellos pasarian por a recogerme para ir a la misa del día domingo. Pedro y Virgilio nos darían el encuentro en la capilla del cementerio, teníamos que estar antes de las 9 de la mañana, llegamos de forma puntual y juntos acudimos a la capilla en donde se iba a oficiar la misa por las personas fallecidas. Encontramos a Pedro Terry con su esposa y de forma discreta le preguntaron si la madre de Gustavo estaba entre los asistentes de dicho acto. Quedamos que al finalizar la misa podíamos buscar a la madre de nuestro compañero y darles los saludos respectivos. Cual sería la sorpresa que ninguno pudo distinguir la presencia de ella. Nos preguntábamos si estaríamos errados de cementerio. Solo nos quedaba preguntar en la administración del cementerio si existía una tumba con el nombre de nuestro promocional, infelizmente no tuvimos una respuesta positiva por parte de la persona encargada. 

Surgió un plan que difícil podría llevarse a cabo, y era de comenzar a buscar el nombre de nuestro compañero de promoción por cada lápida, nos dividimos por sectores para hacer más rápido la búsqueda. Casi pasamos más de dos horas tratando de ubicarlo, y no faltó amenizar con algún vocablo leonciopardino, "este cadete está cabreado", fuimos recorriendo lugar por lugar, lápida por lápida hasta que quedamos cansados de tanto buscar. Virgilio, felizmente tenía el teléfono de un familiar de Gustavo e indagó si estábamos en el lugar correcto y habló con la madre de nuestro amigo fallecido y ella también le dijo que nos estaba buscando, y pensó que no habíamos acudido a la cita. Ella resolvió invitarnos a la casa de sus parientes que vivian en La Molina, Virgilio anotó la dirección y nos dirigimos al lugar indicado. Conversando en el camino, recordábamos a nuestro compañero de promoción y cómo la madre habría sufrido la pérdida de su querido hijo. Al llegar a la casa tocámos el timbre y fue ella, la madre de nuestro compañero, la que  salió a recibirnos. Parecía la escena de la película "Salvando al soldado Ryan" ( en la cual la madre recibe la notica sobre sus hijos),  la señora estaba con un vestido negro con lágrimas en los ojos nos fue saludando y dando un abrazo, balbuceaba y agradecía por estar presente en un día de mucho recuerdo para ella. Después se calmó y nos miraba con un gesto maternal, creo que ella veia en nosotros al hijo que perdió, los años que no pudo compartir y que el destino se lo arrebató de forma violenta. Ella nos fue presentando a toda la familia que estaba en la casa y comenzamos una amena conversación. Los recuerdos fluían sin parar, anécdotas que vivivimos en el Colegio Militar, vivencias con Gustavo y todo nuestro paso por el colegio. Ella nos comentó que Gustavo siempre tenía afición por las armas y por eso se dedicó a ser seguridad y guardaespaldas, la señora residía desde hace muchos años en Canadá y que justo meses antes de que ocurriera el atentado en que perdió la vida Gustavo, le estaba tramitando la visa para viajar junto con ella.

La muerte de su único hijo para ella fue un impacto muy fuerte que lo llevará toda la vida, reside en Canadá hace hace mucho tiempo, ya no tenía ningún lazo con el Perú, solo el recuerdo del hijo que perdió y que dificilmente quedará olvidado dentro de ella. Miguel recordó que en sus carro tenía algunos CDs con las fotos de la promoción y decidió obsequiarle a la madre de Gustavo, ella quedó muy feliz y nos dijo que iba a conservar con mucho cariño el regalo de la XXXVIII promoción. Se le mencionó que el las fotos del Anuario iba a encontrar a Gustavo Gorn Farfán, quando frisaba los 16 años de edad, foto que tal vez le traería muchos episodios de la vida que compartió la lado de sus hijo. Cuando llegó el momento de retirarnos, le prometimos que íbamos a estar en contato para cualquier actividad de la promoción. Ese día no pudimos ubicar a nuestro compañero de promoción, pero quedamos con la satisfacción del deber cumplido al conocer y darles los saludos a su señora madre, Gustavo Gorn Farfán, siempre estará presente en nuestros corazones, descansa en paz.

segunda-feira, 18 de outubro de 2010

Recuerdos Leonciopradinos

Hay un dicho que "todo tiempo pasado fue mejor..." recordar uno de los mejores momentos que viví en parte de mi adolescencia, están enmarcados en los tres años que estudié en el Colegio Militar "Leoncio Prado". En aquel lejano año de 1982, el muchacho delgado y pequeño de estatura que fui y que frisaba los 13 años se convertiría en un cadete leonciopradino, siguiendo la tradición familiar (dos años antes mis dos hermanos mayores ya habían egresado).


El colegio militar fue por tres años consecutivos nuestro hogar, jóvenes de todos los rincones del Perú llegaban a estudiar. Así como yo había muchachos con las mismas inquietudes, la primera formación y la presentación de nuestros intructores militares sería el comienzo de nuestra vida castrense. A paso ligero y por secciones nos ubicaríamos en los pabellones Miguel Grau y Duilio Poggi.

Tendríamos que adaptarnos rápidamente al régimen militar. Las vestimentas verde olivo y las botas (borceguies) formarían parte de nuestro uniforme diario. Dormir en camarotes, tener un ropero asignado en los dormitorios a los cuales se les llamaba " cuadras", cada cadete se encargaría de mantener su cama y ropero en "regla", el sub oficial de sección pasaría revisión diaria de los mismos. Levantarnos temprano al "toque " de Diana, salir a recorrer en buzo todas las mãnanas las calles de la Perla para luego tomar un baño de agua fría y salada en los "malacates", formar en el patio de armas para pasar "rancho" era el ritual diario. Los ejercicios físicos sin armas, las clases pre-militar con los sub-oficiales formaba parte de todas las enseñanzas recibidas.

Dentro de la cuadra, las salas de aula o en donde siempre se reunía un grupo de sección o de promoción seríamos una familia, empezáríamos a conocernos, cada uno con su propia forma de ser y de pensar, la convivencia de "promoción" se convertiría en una hermandad. Los adolescentes podían encontrar al hermano, amigo, primo que nunca tuvieron, dentro de la disciplina como factor primordial. Esa vivencia lejos del hogar hicieron que aquellos jóvenes ejercieran una madurez, como pocos chicos de su edad.

Ser parte de una promoción significa ser parte de una familia que a través de los años, el vínculo se incrementa y se hace más profundo. Ello lo podemos ver y sentir en cada reencuentro leonciopradino, las demostraciones de afecto son inimaginables, esa es la vivencia que te brinda el colegio militar. Llamar a un componente o compañero de "promoción" es una marca registrada, y más aún cuando te encuentras con leonciopradinos en tu vida diaria , con solo decir "Alto el pensamiento" la satisfacción es grande. Por eso siempre recuerdo con mucho cariño mi paso por el Colegio Militar, ser parte de esa legión de estudiantes nos hace una "casta" diferente a los demás promociones de colegios existente en el Perú.

sexta-feira, 2 de abril de 2010

El Colegio Militar que conocí...


Transcurría el año de 1977, era el segundo gobierno militar, Francisco Morales Bermúdez nos gobernaba, yo tenía por esa época nueve años. Ese verano, mi padre llegó con un ejemplar de la revistas del Concurso de Admisión del Colegio Militar “Leoncio Prado”, se lo dio a mi hermano Carlos, más conocido en casa como “Toño”, mis hermanos y yo después le dimos una ojeada al ejemplar. En la portada de la revista estaba la foto del frontis del Colegio Militar, las fotos eran en blanco y negro, el contenido brindaba todas las bondades que la institución daría al futuro cadete, la formación académica y militar. La descripción de las instalaciones con sus respectivas fotos y los uniformes que el cadete leonciopradino vestiría durante su permanencia, durante los tres años respetivos. Mi hermano Carlos, durante El verano del 77 se dedicó a estudiar y a prepararse físicamente. Ya para comienzos de abril, haría su ingreso al Colegio Militar. La primera visita fue aquella mañana que mis padres y hermanos lo despedimos desde las rejas que separan la guardia de la Av. Costanera. Después, fue durante las visitas respectivas que tenían derecho los nuevos cadetes, pude entrar y recorrer y familiarizarme con las instalaciones del CMLP.

La estatua del patrono del Colegio, Coronel Leoncio Prado Gutiérrez, el pabellón Central, las cuadras de cadetes, la enfermería, los casinos, el comedor principal, el Patio de Armas, la pista de combate, el estadio.

Al año siguiente se repitió la rutina con mi hermano Víctor, conocido en casa como “Coqui” y seguí visitando el colegio, aparte de las conversaciones que escuchaba de mis dos hermanos, que siendo cadetes leonciopradinos hablaban con términos que no me eran familiares, “La diana”, “Los malacates”, “la hora del rancho”, “imaginaria”, “los casinos”, “estar a esta”, “cabreado”, “tirar contra”...

El tiempo pasó e hice mi ingreso al colegio militar en 1982; ya vistiendo el uniforme verde olivo haría parte de la trigésima octava promoción, curse los tres años egresando el año de 1984. Durante los tres años recorrí de punta a punta las instalaciones de la vieja Guardia Chalaça, transformada en el imponente Colegio Militar. Durante ese tiempo trascurrió mi vida de cadete entre las cuadras, que serían nuestras habitaciones, el patio de Armas en donde se formaba el batallón para pasar lista dos veces al día, el comedor de cadetes, las pabellones de aulas, el auditorio, que cada miércoles podíamos disfrutar de alguna película, el estadio de tantas competiciones deportivas, la enfermería en la cual visitaba a mis amigos convalecientes de alguna enfermedad, los casinos que visitábamos en la famosa hora de cadete, el casino de La “curvilínea” de Erika, el casino que quedaba cerca de las canchas de tenis, la pista de combate ubicada frente del pabellón Duilio Poggi, la canchita de pasto, más conocida como “La Perlita”, que está nombrada en la novela “La Ciudad y los Perros” de Mario Vargas Llosa, la Siberia, el coliseo cerrado, donde disfrutábamos los juegos de básquet de la selección del colegio, la chanchería, Los malacates, que estaban ubicadon al lado izquierdo del Pabellón Miguel Grau en donde estaba el tercer año. Allí existían los sanitarios sin puerta y que era colindante con las duchas, duchas que en sí eran tubos ubicados en el techo en tres hileras, que recorrían todo el espacio y que tenían agujeros por donde brotaba el agua salada. También fue el lugar de encuentro para marcar alguna pelea entre promociones. Para tomar baño teníamos que trasladarnos hacia ese lugar, ya sea en época de frío o calor con la toalla a la cintura y con la jabonera en la mano.

Tiempo después regresé al colegio militar, ya como ex-cadete, para reencontrarme con los amigos que formaron parte de la Trigésima Octava promoción, desfilar de nuevo, entonando el himno de la promoción y pasar por el estrado oficial... era una descripción inolvidable que solo los cadetes leonciopradinos sabemos de eso. Las fotos respectivas, las tres hurras por la promoción, los abrazos interminables con promocionales que no veíamos años y el recorrido por el colegio para recordar nuestro paso por nuestro querido CMLP.

La sorpresa fue grande, los lugares que había una vez conocido ya no existían más o estaban clausurados. La Imprenta, el salón de juegos y el casino “misio” que estaban próximos a “la canchita de La Perlita” habían dejado de funcionar. Se cambió la entrada de la enfermería. El casino que estaba ubicado en la Siberia también fue adecuado como dormitorio para albergar a los PMs (policia militar). El pabellón de la Siberia, declarado en desuso y clausurado, fue llamado así porque en ese lugar la brisa del mar golpea con más fuerza y los vientos soplan constantemente haciendo un lugar muy frío, ya sea de día o de noche. La Siberia fue el pabellón de aulas en mi época que estudié el Quinto Año. Se utilizaba solo el primer piso, era un laberinto de salones con puertas muy angostas. Estaba terminante prohibido subir por las escaleras y acceder a los pisos superiores. Quien habitaba algún cuarto en ese lugar era el Suboficial Reyme. Alguna vez quebramos la prohibición y pudimos ver de cerca y recorrer cada pedazo del famoso pabellón. Se podía observar que estaba sin mantenimiento, catres oxidados, paredes despintadas y que en algunas se podían leer parte de himnos de las diferentes armas del ejército peruano, alguna maquetas militares, en fin, un lugar que estaba en desuso sin saber el por qué. Años después se prohíbe el uso como pabellón de aulas y es clausurado definitivamente. El pabellón de Quinto Año fue ubicado en donde estaba la canchita de la Perlita, haciendo que ésta desapareciera definitivamente. Así también me dí con la sorpresa que “los malacates” dejaron de funcionar, han colocado una puerta con las cerraduras selladas, del mismo modo la pista de combate ha sido reducida para colocar una cancha para jugar fulbito y básquet.

No vamos a esperar que los lugares que conocimos algunas vez desaparezcan del paisaje leonciopradino, tenemos que hacer algo para que ello no suceda, no quiero que en alguna visita me encuentre con un letrero que diga “clausurado” o prohibido el ingreso al Colegio Militar ”Leoncio Prado” definitivamente…

sexta-feira, 23 de outubro de 2009

Ahora quién es papayita...?


Siempre éramos “el patito feo” de nuestra categoría, la participación de la XXXVIII promoción en las olimpiadas de ex alumnos tenía una concurrencia muy esporádica. Tal vez la culpa de todo ello, fue porque en aquel lejano año del 2003, pocos promocionales concurrían a las actividades deportivas, un pequeño grupo que se solía ver en los reencuentros. Nos daba un poco de envidia cómo las otras promociones se vanagloriaban de sus triunfos y sus atletas con orgullo lucían sus medallas obtenidas. A pesar de ser las comparsas en el cuadro de honor de las premiaciones, nuestra promoción se hacía presente y la relación con las demás promociones de la categoría se hacía más familiar. La clave en todo ello sería tener un portavoz o un delegado de deportes, quien podría estar informando de las actividades y de las fechas de las competencias. La reunión de delegados de deportes, en aquella época se hacía en las instalaciones del Círculo Militar, al mando del ex cadete leonciopradino Manuel Péndola. La reunión se empezaba pasado el mediodía. Los delegados de deportes de cada categoría se ponían de acuerdo con las programaciones, con sorteos o la forma como se estructuraba la forma de competencia.

Me daba un tiempo para asistir a dichas reuniones, y comencé a cultivar algunas amistades con ex cadetes de diferentes promociones, cada reunión podría tener algunas divergencias, se podría entender que cada delegado deseaba lo mejor para su promoción, pero que finalmente terminada con mucha camaradería. Cada semana iba religiosamente a la reunión de delegados y esa fecha se dedicaba a la recta final de las olimpiadas con la disciplina de fulbito. Había que esperar nuestro turno, en esa época, éramos la última categoría, estábamos solo dos delegados, el de la 39 y yo. Nos sometimos al sorteo, saqué el papelito y salimos sorteados para comenzar el partido clasificatorio. Lo recuerdo como si fuera ayer, la frase que dijo: “Uy la 38 es papayita”, solo me quedó sonreír y decirle que los bravos se ven en la cancha… Me encargué de enviar correos electrónicos y confirmar por teléfono la asistencia de los “peloteros” de la promoción.

Me levanté temprano y alisté mis cosas, las coloqué en el maletín, tomé prestado los guantes de arquero de mi hermano, los llevaba si es que faltaba el arquero, todo ello era una premonición…Ese día como toda competencia leonciopradina, el colegio militar reunía a todas las promociones por categorías, con sus respectivas barras y la compañía de sus familiares, la fiesta estaba por comenzar, cada uno iba llegando y saludaba a los demás, la mañana transcurría y esperábamos la llegada de los demás muchachos. Nos juntamos en las gradas para espectar los partidos de las otras categorías. Logramos confirmar los 6 jugadores más tres suplentes. Salimos a la cancha debidamente uniformados, con nuestra camiseta roja y negra horizontal inspirada en un equipo brasileño El partido ya estaba por comenzar, la barra de la 38 nos alentaba a pesar que solo eran 5 personas más los suplentes. Comenzamos con el siguiente equipo: Arturo Vargas en el arco (para luego ceder su puesto en el segundo tiempo), yo y Javier “Canguro” Morales en la defensa, John Prado, en el mediocampo y como delanteros Alberto Mendiola y Gustavo “Guto” Paredes. Nuestro contrincante, la 39, tenía una barra muy numerosa. El partido empezó con un baldazo de agua fría, en menos de 5 minutos ya estábamos perdiendo por 2-0, y otra descoordinación entre la defensa y el arquero, la 39 nos anota otro gol. Muchos pensaban que otra vez seríamos vapuleados y eliminados, el marcador no se movió y finalizó el primer tiempo 3-0. Nos reunimos en el entretiempo, y decidimos hacer cambios en el equipo, había que remontar el marcador en contra, solo teníamos 15 minutos para hacerlo. Pedí al arquero para que me ceda el puesto y aceptó, tenía los guantes que por la mañana los había colocado en mi maletín, movimos una pieza en la defensa, hizo su ingreso “Quique” Samanamud y salimos el segundo tiempo para afrontar el juego. La 39 confiada por la ventaja comenzó a jugar a voluntad pensando que nosotros ya habíamos desistido del partido y cual sería la sorpresa que en pocos minutos anotamos nuestro primer gol y enseguida el segundo. Yo me batía como una fiera en el arco, sacando bolas increíbles y tapando cualquier ataque, la defensa comenzó a responder a la altura, los delanteros corrían más que el primer tiempo, hubo algunos cambios, para poder refrescar el equipo, hacían su ingreso “Beto” Sánchez, José "panadero" Ramos Huacho, Gino Alvez Milho, quien ingresaba daba una inyección de ánimo, que se traslucía en sus miradas, que sí podíamos ganar el partido, la adrenalina estaba en su máxima expresión, cada jugada se hacía con garra, todos marcábamos, nadie daba una pelota por perdida, el arco para la 39 se había cerrado, tanta era la emoción que la pequeña barra de la 38 conformada por “El abuelo” Williams, Virgilio Chávez, José “Pepe” Alva., Miguel Sandoval, Luiggi Eléspuru desde la tribuna, gritaban a todo pulmón... gritaban más que la adversaria. Hubo una discusión por un saque lateral pero no pasó de un pequeño altercado. Antes de finalizar el partido empatábamos el partido. El marcador acabó con un empate de 3-3. El árbitro llamó a los capitanes y se decidió que habría un tiempo suplementario corrido con gol de “oro”, el partido acababa cuando cualquier equipo anotaba un gol.

Sonó el silbato y de nuevo estábamos en la cancha, el ganador pasaría a disputar la final de la categoría, el juego siguió su marcha con el pundonor de cada equipo, ningún jugador daba su brazo a torcer, las barras eran un espectáculo aparte. La jugada comienza en nuestra área, Javier “Canguro” Morales le da un pase magistral a “Guto” Paredes y define con un tremendo zapatazo, decretando la finalización del partido. Habíamos remontado el marcador y ganábamos con gol de “oro” 4-3. Era nuestra victoria y clasificación a la final. Todos corrimos a felicitar al autor del gol formando una pirámide humana, la alegría era indescriptible. Después estaba gritando como un loco “ahora quién es papayita…” lo gritaba golpeándome el pecho a toda la barra de la 39, la persona que había dicho la frase solo le quedó hacer un gesto de disgusto y aceptar la derrota. Clasificamos por mérito propio y con mucha vergüenza deportiva, remontando un marcador adverso. Este partido quedará grabado en las retinas de todos quienes participaron en aquella tarde deportiva. Por primera vez íbamos a disputar nuestra medalla de oro, pero eso es otra historia…

domingo, 19 de julho de 2009

EL SUEÑO DE JUANITA


El sueño de Juanita

Sentada en el lugar de siempre, recostada en la puerta de entrada del hostal maloliente que cada noche es nido de amor de furtivas parejas, Juanita es un personaje conocido por aquellas personas. Siempre está rodeada de sus canastas compuestas de cigarrillos, golosinas, envases de gaseosas, y diversos tipos de comida chatarra que cada noche les ofrece. Trasnocha todos los días, soportando el viento frío nocturno que cala en sus huesos pequeños de la sufrida mujer, ella conoce a la perfección a todos los personajes que transitan por el pedazo de vereda que ocupa, es como su segundo hogar, la pequeña mujer curtida por los años se quedó profundamente dormida, en espera del deseo que la acompañó desde siempre…ver de nuevo a sus hijitos, así los llamaba a pesar del tiempo transcurrido, salieron de casa para nunca más volver, había olvidado que sus hijos ya eran hombres y no los niños que en su momento estuvieron bajo su cuidado.

La última vez que estuvieron juntos fue cuando la trajinada mujer invadió un lugar para vivir llamado “La Tablada”, lugar rodeado de arenales, en donde el sol en la época de verano hacía que el arenal se convierta en un verdadero horno, difícil de soportar sin los servicios básicos que cualquier lugar podría tener, es una zona alejada de la gran ciudad, como ella había muchos casos de madres solteras, parejas de jóvenes que no tenían donde morar, la esperanza de poseer un lugar en donde cobijar sus cuerpos. Juanita con los pocos recursos que tenía logró levantar un pequeño cerco del terreno que tomó posesión, se las ingenió para tener su “casita”, como ella siempre le gustaba llamarla. No sabía si ese esfuerzo valía la pena, pasaba las noches con mucha melancolía, sentarse en la mesa y ver que no había nadie a su alrededor hacía siempre derramar las pocas lágrimas que le quedaban. No tenía televisor, solo un pequeño radio a pilas que recibió de regalo por el día de la madre, lo encendía para tener un poco de sonido en casa.

El pequeño cuerpo de la mujer todavía tiene fuerzas para seguir en la brega, a pesar de trabajar en las mañanas como doméstica ocupa un lugar en la esquina de aquel barrio populoso, lo hacía con fin de olvidar que tenía hijos, olvidar que tiene una pena ausente y por ello prefería pasar el resto del día lejos de casa, recordarlos hacía que la pobre mujer siga sufriendo la vida que llevaba. Comparte las noches con gente de mal vivir: rateritos, fumones y prostitutas cada bloque de cemento de aquella calle.

Lamentándose de su mala suerte…
¿Qué habré hecho mal, por qué Dios me paga así?, siempre se preguntaba…Sabes Juan, es mejor estar muerta, porque vivir con este dolor que me aflige y recordar que alguna vez tuve hijos me deprime, es un sufrimiento tan profundo que difícilmente podré borrarlo. No saber de ellos, si comen, si duermen, si alguna vez recordaron que tuvieron una madre… yo ya no tendría control de mí, haría cualquier locura como el de aventarme debajo de las llantas de cualquier auto que pase por la avenida, pero antes me tomaría una botella de cualquier licor barato para emborracharme.

Desde que tuvo uso de razón sólo supo de lavar, planchar, cocinar y hacer todos los quehaceres de casa, nació para servir y sufrir. Su baja estatura nunca le fue impedimento para realizar las cosas que le eran encomendadas. Recuerda que había nacido en la ciudad de Huacho, y que desde muy pequeña salió de aquella ciudad de la cual jamás regresó -ni para el entierro de su madre- Su vida transcurrió entre la cocina y el comedor de sus patrones de las casas donde le tocó trabajar, cada cual con sus diferentes maneras de vivir. Se las ingeniaba a pesar que no sabía leer y escribir. Un hecho le marco para siempre, en su juventud se enamoró de una personaje de mal vivir y fruto de esa furtiva unión recuerda que engendró un niño, que luego por su ignorancia y por el temor de perder la vida, dejó que la madre de aquel maleante le arrebatara para siempre a su primer hijo, a quien nunca le dio el cariño maternal, ni siquiera lo pudo llamar por su nombre, a pesar que en ocasiones lo observaba cuando lo llevaban al colegio, se le partía el corazón al verlo crecer lejos de su cuidado, se secaba las lágrimas y pensaba si algún día podría tocarlo y hablarle que ella era su madre, el tiempo después le dio una oportunidad. Una persona que frecuentaba la casa de sus ocasionales patrones se hizo amiga de ella y entablaron una amistad, ella más por curiosidad, porque dicha persona era una dirigente vecinal y conocía a muchas personas, cierta vez en una conversación la nueva amiga le comentó que conocía a la familia de su hijo, le dijo que podía hablar con él para marcar un encuentro. Juanita no salía de su asombro, Dios le había dado la oportunidad que como madre había buscado por mucho tiempo. La amiga pacto el encuentro, estaba nerviosa cuando lo saludó, al tratar de reconocerlo en sus recuerdos tuvo una rara sensación, ya no era lo mismo, era un abrazo frío sin ese calor que uno siente al hacerlo a una persona querida, era como ver por primera vez a un ser extraño, sus sentimientos se habían apagado, el corazón de madre no representaba nada, fue una sensación de vacío, los años le habían cicatrizado aquella herida que alguna vez representó un fuerte dolor.

La primera vivienda que tuvo en Lima fue un cuartito en la avenida Del Ejército, cerca del cuartel San Martín, un corralón tugurizado en el cual compartían un solo caño y un solo baño con las demás personas, dentro ese cuarto vivía con el padre de sus hijos de una segunda relación y sus hijos Enrique y Godofredo. No pasó mucho tiempo para dejar aquel lugar, decidió aceptar en compañía de sus hijos ser la guardiana de un pequeño edificio en la avenida Angamos, en Miraflores. Trabajó en aquel lugar por mucho tiempo, hasta que cansada de los malos tratos de las personas, prefirió volver a trabajar como empleada del hogar. Por mucho años estuvo en esa vaivén, trabajaba de lunes a sábado y los días domingos eran sus días de descanso. Descanso que los aprovechaba en visitar a sus hijos o salir con sus amigos.

Cuando las fuerzas la acompañaban, los días domingos los disfrutaba al máximo, ella era una asidua concurrente de las famosas fiestas chichas que se realizaban en la Carretera Central bailando al ritmo de los grupos tropicales de aquella época, “Chacalón y su nueva Crema”, “Los Shapis”, “Viko y su grupo “Karicia”. Cada domingo de forma religiosa se vestía con sus mejores ropas, se colocaba una blusa llamativa y pantalones ajustados de color extravagante. El maquillaje la hacía parecer un maniquí de bolsillo y para que ello no ocurra, calzaba unos suecos de doble suela que le hacía parecer de un tamaño normal. La pequeña mujer sin ninguna preocupación se deleitaba al ritmo musical, bailando y bebiendo sin parar en la compañía de sus amigos ocasionales, para ella era como una terapia semanal, conversaba, reía, enamoraba, Juanita se sentía dueña de la situación, todo ello terminaba cuando la música dejaba de tocar y las luces del local se apagaban, regresaba a casa con la preocupación que al día siguiente volvía a sus quehaceres diarios.

-Abuelita despierta, tienes que llevarnos al colegio, ya se hace tarde- Le decían las niñas. Ella seguía entumida dentro de su cama cubierta con una frazada que a las justas podía cubrirla, su perro “capone” ladraba de forma exagerada y ella continuaba sin responder, Sus nietas comienzan a sacudirla hasta que el llanto de las niñas, de repente la hizo levantar, sorprendida como si estuviera en otro lugar, su pequeño cuerpo de a pocos se reanima, se pasa las manos por sus cabellos blancos, viste una blusa que cubre su piel arrugada por los años, sus gruesas piernas calzan sus gastadas sayonaras llenas de polvo callejero, abraza con todas sus fuerzas a sus nietas que lloran juntas con ella sin preguntarles el por qué. Sintió que regresaba en el tiempo, era como una película, pero la protagonista era ella. Sus “chunchitas”, como Juanita las llamaba de cariño, eran la continuación de su vida, iba a ser la madre de ellas, todo lo que había pensado hacer una vez antes de forma errónea, lo dejaría de lado para poder darles lo mejor hasta que el cuerpo le pida un descanso y le pase la factura.

El sueño de Juanita había sido un vago recuerdo de todo lo que pasó en la vida. La compañía de sus nietas ocupa ahora el lugar de sus hijos que partieron de casa con rumbo desconocido. Solo Enrique dio noticias, estaba viviendo en Juanjuí, en un caserío alejado de la ciudad, había regresado en uno de sus viajes para dejar a sus hijas para que Juanita las cuidara, nunca quiso revelar en que trabajaba, prefirió quedar en silencio. Las noticias de su hermano ’’godo” que Enrique dio para Juanita no eran de las más alentadoras, lo había visto una sola vez vendiendo herramientas agrícolas por los diversos caseríos de aquella zona. Desde ese encuentro, perdió todo contacto y nunca más lo volvería a ver.

Juanita como madre y mujer que siempre luchó en la vida a pesar de sus limitaciones ruega todos los días por sus hijos, a pesar de los ingratos que son con ella. Sueña que un día tendrá a toda su familia reunida en su humilde hogar, compartiendo con sus hijos y nietas, los momentos perdidos, imagina a todos sentados en una mesa disfrutando de un banquete preparado por ella. Quiere que la vida le brinde el mejor regalo que nunca recibió hasta ahora, tener a sus hijos en casa, y que nunca más se separen del seno materno.

quarta-feira, 10 de dezembro de 2008

Recuerdos de niñez


Recuerdo que vivíamos en un departamento ubicado en el tercer piso de la Av. Canevaro, distrito de Lince. Era una de las tres propiedades que poseía mi abuelo Gregorio Castro Neyra, desde muy joven fue una persona emprendedora, logró comprar dos lotes, uno se quedó con él el otro lote se lo cedió a su primo hermano Florencio sin recibir algún pago. Mi abuelo construyó su propiedad para poder vivir de sus rentas de alquiler, construyó una tienda en la parte delantera del terreno con su respectiva trastienda, un corredor en el lado izquierdo que conectaba el fondo de la propiedad, el segundo y el tercer piso. La azotea quedaba en la parte de encima de la tienda y que alguna vez fue escenario de los primeros juegos con mis hermanos. Mis primeras evocaciones de niñez me trasladan al recuerdo de mi madre cuidándonos y mi padre trabajando. Cuando nací ya tenía a mis dos hermanos mayores. Mis primeras vivencias transcurrieron entre las calles de Lince y la casa de mis abuelitos maternos. Mi padre aún no poseía un carro para trasladarnos, con mi madre y hermanos realizábamos ese viaje de fin de semana a la casa de mis abuelos, siempre de ómnibus. Yo como el menor de mis hermanos era la comparsa de ellos en todo lo que hacían, por esa época teníamos nuestro televisor de blanco y negro de marca Philco, los tres nos sentábamos para ver los dibujos como “El hombre de acero, “Sombrita”, “Fantasmagórico”, “Birdman”, las series “Los invasores”, “viaje a las estrellas”, o los programas infantiles del Tío Johnny y de “Yola Polastri”, los acompañaba en cualquier juego que participaban. Veía como jugaban a las bolitas, con el trompo, los malabares que hacían con el yo-yo, los vuelos de las cometas de papel o los primeros juegos de pelota.

Vivíamos entre las calles Francisco de Zela y Garcilazo de la Vega. A pocas cuadras estaba el Parque Ramón Castilla, al cual acudíamos en grupo conformado por los primos que vivían en el mismo barrio, “Toño” y “Coqui”, mis dos hermanos, mis primos Rodolfo ”perita”, Jorge Luis, y otros chicos de nuestra edad que vivían en la misma cuadra, mi hermano “Toño” decía que éramos la “pandilla crí-crí-crí”. En el parque podíamos sentirnos dueños de la situación, jugábamos sin medir el tiempo, sin ninguna preocupación, comíamos todo lo que los vendedores ofrecían: canchita, barquillos, algodón, manzana acaramelada, marcianos de fruta, eran tiempos que podíamos disfrutar sin peligro. También hacíamos recorridos jalando nuestros carritos de juguete por las diferentes calles de Lince, podíamos alejarnos de casa sin medir las consecuencias, una vez llegamos hasta el parque “Matamula” lo que hoy se conoce como el parque de los Próceres. Los primeros días de escuela las pasé en un pequeño colegio llamado “San Pablo”, lugar en donde recuerdo que me sentaba en unas bancas a cantar y a pintar. Mis hermanos iban al colegio “Santa María Cleofé” que estaba en la calle León Velarde.

El pequeño departamento en que vivíamos mi padre se lo alquilaba a mi abuelo Gregorio, en el segundo piso vivía el hermano de mi padre, Cástulo y que era conocido como “Atocha”, él también era inquilino de mi abuelo, allí moraba con sus hijos “Pacho”, “Goya”, “Chabuca”, Jorge Luis y su entenado Carlos. Mi tío ya había enviudado de mi tía Yolanda. En mi memoria permanecen los pocos recuerdos que tenga de ella, cada vez que bajaba por las escaleras a jugar pasaba por la puerta del departamento en que vivían y la veía sentada en su silla trabajando en su máquina de coser, mi tío Cástulo no se volvió a casar, supo criar a sus hijos, la mejor herencia que les dejó fue una buena educación, todos ellos ahora son profesionales.

Las calles angostas del distrito es una característica que hasta el día de hoy perdura. Por aquella época se podía encontrar dentro de ese paisaje “linceño” numerosos negocios, la tienda que llamábamos de “La Pascuala”, la tienda del chino “Nico”, el restaurant “corazón contento”, la paradita de la esquina, la botica “Oriente”, “El Café Enriques”, La pollería “El Dragón”, el cine “Ollanta”, la tienda de electrodoméstico Philco, la agencia del Jockey Club del Perú.

Cuando mi padre adquiere su primer automóvil nos sentimos mis hermanos y yo los niños más felices, podíamos disfrutar de los paseos, el auto fue conocido como el carrito “verde”, de marca Datsun, de faros redondos y de una carrocería fuerte. El carro llegó para quedarse por mucho tiempo dentro de nuestra familia. Todos los fines de semana íbamos a la casa de los abuelos, casa que está ubicada en el barrio de Mirones Bajo. Llegar a la casa de mis abuelitos para nosotros era una fiesta, a parte de visitarlos y sentir su cariño, la casa se transformaba en un jardín de infancia. Disfrutábamos de jugar en su casa, porque allí podíamos intercambiar nuestros juegos infantiles con los quehaceres que se debían tener con los animales, la casa tenía esa magia que cualquier niño podía quedar encantado. Mis abuelos criaban a sus animales en el fondo de la casa. Poseían una especie de corral. Había animales de diversos tipos, aquellos animales hacían parte muchas veces del menú diario de la casa. Era una especie de “minizoológico” la pata que graznaba seguida de sus patitos, el gallo que cantaba aleteando sus alas, la gallina cacareando con sus pollitos, los conejos que saltaban de un lado al otro, y el famoso “palomar” que estaba compuesto por una infinidad de palomas de diferentes tamaños y colores de plumaje que se acurrucaban en los diferentes nidos que se habían fabricado para ese fin. A parte de la infinidad de gatos que merodeaban por el techo de la casa y de algunos perros que habitaban en la casa por aquellos años. Mis padres llamaban cariñosamente a mis abuelos como Doña "Fesha”, ella se llamaba Felicita y a mi abuelo de Don "Goyo”, él se llamaba Gregorio. Los viejitos enseñaban a sus nietos el cuidado y el cariño que se debía tener con los animales. Ellos se levantaban muy temprano para darles de comer, a cada animal se le tenía que preparar su alimento.

La hora del almuerzo era un festival, sentarse a la mesa con los abuelos y departir sus comidas pienso que son las mejores cosas que un niño puede disfrutar. Pero antes de cada almuerzo, mi abuelo nos colocaba en fila india para beber una copita con la sangre del pichón de paloma recién sacrificada y lo mezclaba con vino, nos decía: -“para que tengan la sangre fuerte y se libren de las enfermedades”-, los pichones iban a ser el almuerzo del día. Doña “Fesha” los acompañaba con tallarines rojos, y su infaltable sopa de verduras. Mi abuela gustaba de cocinar y de atender con el mejor placer a sus invitados. Todos éramos felices, disfrutábamos los fines de semana con camaradería. La casa se llenaba de gente los días de celebración por el día de la madre o del día del padre, de igual forma las fiestas de navidad eran infaltables en la casa de Doña “Fesha”, mi abuelita se esmeraba en organizar y en decorar la casa, con sus caras de Papa Noel de plástico, las guirnaldas, las luces de colores, el árbol de navidad, y lo más lindo que recuerdo con cariño y nostalgia era el pesebre que representaba el nacimiento del niño Jesús, siempre estaba ubicado en una esquina de la sala de la casa. Con el papel pintado formando cerros multicolores, y la cantidad de muñequitos que acompañaban daban el espectáculo, parecía una pintura medieval, tenía cada detalle que parecía una obra perfecta. Mi abuelo era el encargado de darle el último adiós al pavo de la cena de nochebuena, lo preparaba antes, él decía que para que la carne del pavo no quedara dura había que emborracharlo previamente, en efecto, amarraba al pavo en un lugar del corral para darle de beber. Solo quedaban él y el pavo, parecían dos amigos que se estaban despidiendo, nos hacía retirar del lugar para no ver el triste final de aquel plumífero. En todas las fiestas de navidad siempre escuchábamos los villancicos, canciones con mensajes de paz y amor, la mesa se llenaba del pavo recién horneado, el panetón, el champagne, las tazas con chocolate caliente. Antes de las doce, por orden de mi abuelita todos nos reuníamos alrededor del pesebre armado a rezar un pasaje de la Biblia y esperábamos las doce para ver al niño nacer. Luego se hacía el reparto de los regalos, y la celebración de la navidad, el sentimiento que se respiraba en el ambiente era de total felicidad.

Tiempo después la familia aumentó, la llegada de mi hermano Miguel que después creció, se unió al grupo de nietos, era el más pequeño. Los años pasaron, mis padres compraron en 1974 la casa que siempre soñaron, por aquella época nacía mi hermana Erika, los niños que éramos pasamos a ser adolescentes pero los abuelos ya comenzaban a tener los problemas de salud, mi abuela falleció en 1978 y mi abuelo en 1981, con ellos se fue toda nuestra vivencia infantil, nuestras primeras anécdotas, la forma cariñosa en que nos trataban nuestros abuelos, poco a poco desapareció el calor en que nos gustaba estar, la casa de los abuelos sin ellos ya no era lo mismo, el sonido de los animales se apagó, el ritual de las comidas también. Solo quedó la casa como un testigo mudo de aquellos años maravillosos.